Los médicos no han sido los únicos explotados

Los profesionales de la Salud no fueron los primeros en padecer un
régimen de esclavitud organizado por el propio Gobierno cubano. Mucho antes y sin el ruido mediático provocado por la polémica salida de Brasil de (Mais Médicos), los marinos han sido víctimas invisibles de los mismos abusos de parte del Estado.

De esta peculiar red «legal» de trata humana da fe Rolando Amaya (nombre ficticio), un exmarino con larga singladura. Ingeniero mecánico graduado de la Academia Naval, laboró por varios años como maquinista
en la flota mercante perteneciente a la Empresa de Navegación Mambisa, la gran
naviera creada por Fidel Castro para transportar mercancías desde y hacia la Isla, principalmente en función del activo comercio que existía entonces con el
desaparecido Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME) soviético.

«En el contrato se ve claramente que mi salario decía lo que
debía ganar, lo que me pagaban a bordo y lo que era enviado a Cuba como (Remesa familiar) que era la manera eufemística que usaban para nombrar el dinero con que ellos se quedaban e iba a parar al Gobierno, o no sabe a quién o a dónde»

Rolando ha conservado durante años algunos de los documentos o
contratos que firmó con la estatal Selecmar, a fin de apoyar su testimonio y «para que se sepa la verdad de la explotación que sufren los marinos».

Las «remesas familiares» y otros descuentos reflejados en la documentación de Rolando constituían nada menos que el 80% del salario mensual que pagaba la compañía extranjera por el trabajo del marino. Por tanto, tanto él como el resto de los así contratados solo accedía al 20% restante.

En los años 70 y 80 los marinos cubanos eran considerados como una
casta de privilegiados. Por una parte, tenían la posibilidad de viajar por el mundo mientras la mayoría de los nativos vivían el encierro insular
obligatorio. Por otra, porque de alguna manera se las arreglaban para importar
(de contrabando) ropa, zapatos y otros productos del mundo capitalista con los
que la mayoría de la población no podía siquiera soñar.

En 1982 se estableció que una mínima parte del pago de los marinos
se efectuase en divisas. A partir de ese momento, recuerda Rolando, los marinos
comenzaron a percibir 1 dólar por día de navegación, cifra que se duplicó aproximadamente a partir de 1985.

Al final de cada viaje, la divisa se descontaba del salario en moneda nacional y, si no consumían esa asignación, podían cobrarla en forma de
«certificados» ( chavitos) que les permitían hacer compras en varias tiendas especializadas a las que accedían también los técnicos
extranjeros, en su mayoría rusos, que residían temporalmente en Cuba.

Estos establecimientos estaban vedados al resto de la población y, de hecho, permanecían cerrados y con gruesas cortinas tras las
vidrieras, de manera que era imposible vislumbrar aquellos productos a los que no podía acceder el común de los mortales.

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